Benjamín Segoviano / Guanajuato, Gto.
Es un rincón en el olvido. Y a las autoridades no parece importarles.
Ubicado entre la antigua estación del ferrocarril y la concurrida zona de los Pastitos, se encuentra un parquecito cuya imagen trae reminiscencias nostálgicas. Los guanajuatenses conocen el lugar como “Las Terrazas”, porque sus árboles y plantas están distribuidos en varios niveles, sobre una ladera cruzada por senderos y escaleras, donde los niños de antes, cuando el Internet aún no los atrapaba en casa, se entretenían como en un laberinto.
Cual atentos y cansados vigías, dos solemnes ranas hechas con multitud de piedritas blancas posan su mirada sobre los caminantes, aunque sus ojos, formados antiguamente con fondos de botella color verde obscuro, hoy sólo muestran las cuencas vacías, profundamente tristes. Pareciera que observan con envidia a sus primas de abajo, en la llamada plaza de las Ranas: más modernas, visitadas y cuidadas, aunque tampoco escapen al vandalismo.
Recorrer las Terrazas es encontrar la calma de tiempos idos. Es un remanso de tranquilidad en medio del ajetreo urbano, pese a que, a sólo pocos metros, sobre la calle Banqueta Alta, son comunes los embotellamientos, el rugir de los motores y el ruido de los cláxones.
También es un refugio en los tórridos días del verano, debido a que sus árboles, sembrados en 1958, año en que fue construido el lugar, según se leía en una placa sobre uno de los muros, proyectan una sombra permanente que invita al descanso… solo que ya se han destruido los troncos que alguna vez sirvieron de bancas.
Lamentablemente, todo el sitio muestra un notable deterioro debido al paso del tiempo y al descuido en que lo tienen las autoridades, además de la falta de conciencia de transeúntes y visitantes: el adoquín de los senderos ha desaparecido, el feo espectáculo de la basura aparece por doquier; los árboles se secan, las lajas protectoras se desmoronan y la tierra amenaza con deslavarse apenas caiga el primer aguacero.
Aunque no deja de ser atrayente para los enamorados, que encuentran en ese lugar un rincón apropiado para sus manifestaciones de cariño, gracias a la penumbra perenne que incluso de día protege de miradas indiscretas, y a que recientemente se instalaron juegos infantiles en uno de sus claros, es evidente el casi total abandono en que se encuentra.
Se vuelve urgente que nuestros gobernantes vuelvan su atención a este tradicional jardín, para que recobre su antiguo esplendor. Lo que hace falta es bastante, pero no demasiado: limpieza general, reposición de adoquines, remodelación de jardines, refuerzo de las laderas y colocación de bancas, además de una campaña de concientización que ayude a mantenerlas en buen estado.
Entonces, las dos queridas ranitas seguramente volverán a sonreír.
Benjamín Segoviano.
Profesor de carrera, periodista de oficio y vagabundo irredento. Amante de la noche, la música, los libros, el futbol, la cerveza y el cine. Inclinado a escribir acerca de mi ciudad, mi país y su gente, con feliz disposición a la plática entre amigos y a los viajes por el territorio nacional, en un perenne intento de reflejar en escritos esas experiencias.