Por: Don Politik
Morena tenía un centro de gravedad: AMLO, y era un mosaico de tribus, pero todas orbitaban alrededor del líder. Con su voz bastaba para ordenar, contener y unificar. AMLO no solo marcaba la agenda; imponía las reglas de oro: no a la opulencia, no a la corrupción.
Hoy, con Claudia Sheinbaum en la presidencia, la 4T vive otra etapa. La banda presidencial cambió de hombros, pero el liderazgo carismático no se hereda. Claudia proviene de las tribus y, al ganar la candidatura, y la unidad de dichas corrientes se rompió. Algunas, heridas, se han replegado o actúan por cuenta propia.
La diferencia es clara:
- La 4T de AMLO: vertical, centralizada, con un liderazgo que no se discutía y una narrativa unificadora.
- La 4T de Claudia: más institucional, más dialogante, pero con menor control interno y tribus que ya no se alinean por disciplina, sino por conveniencia.
A esto se suma que las alianzas con el Verde y el PT, aunque estratégicas en votos, han venido a romper la paz de Morena. Muchos sienten que se están cediendo espacios y principios a cambio de respaldo político.
Morena nació como un movimiento, no como un partido tradicional, y ese carácter líquido lo hacía depender por completo de AMLO. Sin él en el timón, los pactos se erosionan y la coherencia se resiente.
El desgaste se ve en los gestos: dirigentes que viajan en primera clase, legisladores en salas VIP, gobernadores con comportamientos de caciques, actos de corrupción y vínculos directos con el crimen organizado. Todo lo que en el discurso se criticó, hoy aparece dentro de casa.
La oposición no ha logrado capitalizar esta situación, pero no necesita hacerlo: si Morena se convierte en un archipiélago de facciones, será el propio gobierno el que erosione su proyecto. La 4T de Claudia necesita definirse rápido: o institucionaliza la coherencia y disciplina interna, o vivirá atrapada en en el fantasma de AMLO.
Sheinbaum tiene la oportunidad de pasar de ser “la presidenta después de” a ser la presidenta que consolidó un movimiento y lo mantuvo unido. Pero para eso, necesita algo más que llamados públicos: reglas claras, sanciones reales y un liderazgo que no dependa de la nostalgia por el pasado.
Porque en política, las fracturas internas no se curan solas. Se corrigen o se pudren.