Por: Don Politik

En la política mexicana, cuando el agua te llega al cuello, algunos se quedan inmóviles esperando el salvavidas… y otros deciden nadar mar adentro. Alejandro “Alito” Moreno, senador y líder del PRI, parece haber elegido la segunda opción. Mientras en la Cámara de Diputados avanza —con paso calculado— la nueva solicitud de desafuero por peculado, él no solo pelea en el terreno doméstico, sino que abrió un frente de batalla a nivel internacional.
Esta semana, presentó una denuncia ante la Fiscalía General de la República contra Nicolás Maduro, acusándolo de vínculos con el narcotráfico y el crimen organizado. Hasta aquí, el gesto podría parecer meramente simbólico. Pero hay un matiz clave: detrás de esta jugada está su sintonía con Marco Rubio, senador republicano por Florida y uno de los críticos más duros del chavismo en Estados Unidos. Rubio no es un personaje menor; en la política exterior estadounidense sobre América Latina, su voz pesa tanto como un comité entero del Congreso.
En otras palabras, Alito no solo presentó un escrito ante la FGR; tejió un puente narrativo con la agenda antichavista de Washington, particularmente la del Partido Republicano. Y lo hizo en un año electoral en EE. UU., donde el tema Venezuela es combustible político, sobre todo en Florida.
El movimiento tiene varios objetivos simultáneos. En lo inmediato, reposiciona su imagen: ya no solo es el político bajo fuego en México, sino el opositor frontal a una “dictadura” latinoamericana. Le permite también mover el foco mediático lejos del expediente de 83.5 millones de pesos que lo persigue en Campeche. Y de paso, envía un mensaje hacia adentro: tiene contactos y apoyos más allá de las fronteras mexicanas, algo que en la lógica de la política de alto nivel puede servir como blindaje.
Pero todo tiene su riesgo. Si la denuncia contra Maduro no avanza —y la FGR la congela en un cajón—, el golpe puede volverse boomerang y reforzar la narrativa oficialista de que esto fue “puro show político”. Morena ya afila el contraataque: acusar a Alito de buscar “injerencia extranjera” y convertir la foto con Marco Rubio en material de campaña para agitar las bases.
En paralelo, hay un factor geopolítico que no es menor: con este movimiento, el gobierno de Estados Unidos abre dos espacios de interlocución en México.
- Uno directo con la presidenta, como corresponde a la diplomacia formal.
- Otro indirecto, pero funcional, con la oposición a través de Alito, que se convierte en un canal alterno para ciertos temas de interés estratégico, como Venezuela y crimen transnacional.
Este doble canal le da a Washington mayor margen de maniobra, le permite mantener influencia sin depender de una sola relación política, y convierte a Alito en una pieza más útil de lo que parecía hace apenas unas semanas.
El contexto no ayuda a bajar la temperatura. El desafuero sigue su ruta en San Lázaro, con tiempos que la Sección Instructora maneja con bisturí político. Un eventual “sí procede” abriría la puerta para que la fiscalía campechana lo lleve a tribunales. Un “no procede” le daría aire, pero lo mantendría marcado como símbolo de impunidad para el oficialismo.
En ese ajedrez, la jugada internacional es audaz: apostar a que la opinión pública vea a Alito no como acusado, sino como acusador; no como político a la defensiva, sino como operador con conexiones globales. Si le sale bien, podrá decir que mientras otros lo arrinconaban en México, él ya estaba moviendo piezas en Washington. Si le sale mal, la historia será la de un intento de escapar del vendaval local para terminar naufragando también en aguas extranjeras.
Porque, al final, en política —y más en la mexicana— no basta con nadar mar adentro; hay que saber si la corriente te lleva a la orilla… o te hunde.