Por: Don Politik

El 15 de septiembre de 2025, Claudia Sheinbaum Pardo se convirtió en la primera mujer en encabezar el Grito de Independencia. El acto, más allá de su solemnidad protocolaria, tuvo una carga simbólica de alto calado: resignificó un ritual cívico de más de dos siglos desde la voz de una presidenta mujer, y con ello marcó un hito histórico que trasciende la coyuntura.
La arenga no fue una repetición inercial. Al gritar los nombres de Hidalgo, Morelos, Allende y Guerrero, Sheinbaum también reivindicó a Josefa Ortiz, Leona Vicario, Gertrudis Bocanegra, Manuela Molina y a las heroínas anónimas. Fue un gesto deliberado: dotar de visibilidad a las mujeres que la historia oficial relegó. Además, incluyó a las mujeres indígenas, a los migrantes y a la dignidad del pueblo como protagonistas de la narrativa nacional. Un Grito inclusivo, feminista y social, que buscó conectar la memoria histórica con las agendas contemporáneas de justicia y equidad.
Sin embargo, el contraste con la realidad nacional es ineludible. La presidenta proclamó valores fundamentales —independencia, libertad, igualdad, democracia, justicia, dignidad y soberanía— que no terminan de materializarse en el México actual. La independencia se erosiona en un país profundamente dependiente de Estados Unidos y expuesto al crimen organizado. La libertad existe en las leyes, pero periodistas y activistas la viven con miedo. La igualdad avanza en el papel, pero la corrupción interna de Morena y los privilegios de los hijos del expresidente López Obrador minan la credibilidad del discurso.
En el terreno de la democracia, el desfase es aún más crítico. Aunque se mantiene la fachada de procesos electorales competitivos, el oficialismo ha emprendido un proceso sistemático de debilitamiento de los otros poderes del Estado: presión sobre la Suprema Corte, reformas para reducir la autonomía de organismos constitucionales, y un Congreso dominado por mayorías que operan como oficialía de partes. Todo apunta hacia un intento de concentrar el poder y construir un control absoluto, lo cual pone en entredicho el equilibrio republicano que debería sostener a la democracia mexicana.
La justicia, quizá el valor más urgente, sigue atrapada en la impunidad y en la selectividad política: mientras opositores enfrentan investigaciones expeditas, los casos de corrupción en Morena y en el entorno del expresidente quedan sin consecuencias reales. La dignidad del pueblo se erosiona cuando millones enfrentan pobreza, inseguridad y falta de oportunidades, mientras las élites políticas reproducen privilegios.
La disonancia entre valores proclamados y prácticas reales abre un frente de riesgos para el gobierno de Sheinbaum. El gesto histórico de ser la primera presidenta en dar el Grito puede quedar opacado si los principios que invocó se perciben como retórica vacía. La ciudadanía no demanda solo símbolos, sino resultados tangibles: un país más seguro, instituciones más confiables y gobernantes alejados de la corrupción y el nepotismo.
Sheinbaum tiene la oportunidad de transformar su primer Grito en algo más que una postal histórica. Puede convertirlo en el punto de partida de una narrativa de gobierno que honre esos valores en la práctica, rompiendo con las inercias del pasado inmediato. De lo contrario, la historia recordará el 15 de septiembre de 2025 como un acto solemne y esperanzador, pero también como el inicio de una contradicción: la de una presidenta que evocó justicia, igualdad y dignidad, en un país donde esos principios aún se sienten lejanos.