Don Politik

En México, la violencia ya no se limita a las calles ni a los territorios. Hoy también se libra en las redes sociales. El crimen organizado ha encontrado en internet un espacio para mostrar poder, presumir lujos y, lo más grave, para reclutar a niñas, niños y jóvenes.
El mecanismo es directo: a través de TikTok, Facebook o incluso videojuegos en línea, los grupos criminales lanzan invitaciones disfrazadas de empleos fáciles y bien pagados. A la par, la llamada “vida narco” se presenta como aspiración: autos de lujo, armas bañadas en oro y fiestas que se difunden en videos con millones de reproducciones.
Este fenómeno tiene un costo humano altísimo. Los jóvenes que aceptan esas “ofertas” terminan atrapados en un círculo del que casi nunca se puede salir. Y quienes alcanzan visibilidad como influencers, pero se relacionan con el bando equivocado o muestran más de lo permitido, corren un riesgo aún mayor: en los últimos años se han registrado asesinatos de creadores en Jalisco, Morelos y Sinaloa, utilizados como mensajes de advertencia por parte de los cárteles.
El impacto trasciende lo individual. La sociedad ve cómo el crimen dicta narrativas y estilos de vida, mientras crece la sensación de miedo y desconfianza hacia las instituciones. Los gobiernos, en sus tres niveles, quedan expuestos:
- El federal, porque enfrenta presión internacional cuando casos de reclutamiento cruzan fronteras.
•Los estados, porque cada asesinato o reclutamiento masivo en su territorio golpea su legitimidad.
•Los municipios, porque aunque son los más cercanos a la ciudadanía, carecen de herramientas para enfrentar la dimensión digital del problema.
Lo que está en juego no es solo la seguridad pública, sino la libertad de expresión y la salud de nuestras comunidades digitales. Si los jóvenes sienten que es normal admirar a un criminal o que es peligroso alzar la voz, el terreno ya no solo lo perdió el gobierno, sino también la sociedad entera.
La lección es clara: esta batalla no puede combatirse únicamente con policías o cuarteles. Se necesita una estrategia cultural y digital que ofrezca alternativas reales a la juventud y que rompa con el glamour criminal. De lo contrario, el crimen organizado seguirá marcando las tendencias en redes, mientras el Estado corre detrás de ellas, siempre un paso atrás.