Benjamín Segoviano / Guanajuato, Gto.
Guanajuato es una ciudad orgullosa tanto de su tradición minera como de su vida cultural. No es sorpresa entonces que su universidad posea un Departamento de Minas, Metalurgia y Geología a la altura de las mejores, ni tampoco que en la década de los años 70 del siglo pasado haya sido elegida sede del Festival Internacional Cervantino (FIC).
¿Qué relación hay entre una cosa y otra? La respuesta es que el plantel donde se forman los profesionistas de la minería ha dedicado un espacio, pequeño, pero muy interesante, a una de las colecciones más singulares de México y, posiblemente, de Latinoamérica: el Museo de Mineralogía “Ingeniero Eduardo Villaseñor Söhle”.
La entrada a la Escuela de Minas.
El espacio dedicado al Ing. Ponciano Aguilar.
Este sitio lleva el nombre de uno de los más destacados alumnos de lo que hoy es la Escuela de Minas. Nacido el 17 de mayo de 1910, en plena efervescencia revolucionaria, Villaseñor Söhle, mejor conocido como Tío Lalo, fue un gran impulsor, a raíz de su nombramiento como director del plantel en los años ‘60, no sólo de la carrera de ingeniero minero que él mismo siguió, sino de la difusión de las piezas extraídas del subsuelo. Murió el 14 de agosto de 2011, a los 101 años de edad.
Pero fue su mentor, el Ing. Ponciano Aguilar, el verdadero creador de la sorprendente colección de más de 24 mil muestras minerales. Este hombre, uno de los más ilustres que ha dado la capital de Guanajuato, es conocido por dos obras fundamentales para la ciudad: la construcción de la presa de La Esperanza, que permitió instalar la red de agua potable, y el túnel de El Coajín, que la puso a salvo de las desastrosas inundaciones.
Aguilar participó además en el trazo de vías férreas y caminos durante la época porfiriana. Fue él quien, desde 1870, comenzó a clasificar las miles de muestras de minerales con que contaba el entonces llamado Colegio del Estado, hoy Universidad de Guanajuato (UG). Y en 1999, su propia colección fue donada por sus descendientes al museo. En su honor, la UG le ha dedicado un espacio en ese sitio y la ciudad ha puesto su nombre al túnel vial más largo y complejo.
Visita imperdible
Pero centrémonos en el Museo de Mineralogía. Para llegar, hay que subir más de 120 escalones hasta la entrada de la escuela, que forma parte de la División de Ingenierías del Campus Guanajuato de la UG y se ubica, literalmente, en las faldas de un cerro. Es un excelente ejercicio. Ahora bien, si el esfuerzo es mucho, también se puede arribar por la entrada superior del plantel, ubicada sobre la carretera Panorámica, en su tramo Carrizo-San Javier, donde además se tiene la ventaja del estacionamiento.
Una vez dentro, el despliegue de vitrinas y piezas minerales es abrumador. Aunque el recorrido puede hacerse brevemente, una observación cuidadosa demanda horas, pero bien vale la pena. Dentro, pueden observarse, por ejemplo, cristales enormes extraídos de la famosa mina de Naica, en Chihuahua.
El museo posee también un trozo del meteorito Allende, caído en el poblado coahuilense del mismo nombre en 1969 y al que se considera el más estudiado de la Tierra y la pieza de condrita carbonácea más antigua conocida, con más de 4 mil 500 millones de años, literalmente la edad de nuestro planeta.
Hay formaciones rocosas de todas formas, con concreciones que semejan pequeños y fantásticos castillos en miniatura o seres mitológicos. Los minerales con los más extraños nombres están por doquier. No faltan algunos fósiles, grandes y pequeños, hallados en excavaciones dentro de las minas guanajuatenses o provenientes de otras partes del mundo y del país.
Especialmente atractivos son los cristales, que con sus diversos colores explican el por qué suelen despertar la admiración y la ambición de la gente. Alrededor de medio centenar son joyas preciosas o semipreciosas que parecen hipnotizar al observador: diamantes, esmeraldas, rubíes, granates, aguamarinas.
Y tampoco escasean las curiosidades. Quizás la más atractiva e impactante es la concha de un bivalvo que muestra un pez brillante como la plata, cual si fuera un adorno, pero sin serlo. Se sabe que las ostras perlíferas forman su joya cuando una partícula extraña penetra en su interior, entonces, para defenderse, “bañan” al intruso con nácar, lo que con el tiempo da origen a una perla. El pececito del que hablamos, del tamaño de un charal, fue atrapado en estas circunstancias y convertido en una originalísima perla.
Mención aparte merece el recinto dedicado a don Ponciano Aguilar, que muestra fotografías, algunos de sus objetos domésticos, herramientas y muebles de la época, lo que nos da una visión sobre la vida de este extraordinario personaje.
En resumen, la visita a este lugar hace recordar las colecciones de todo tipo de objetos raros que algunas personas ricas reunían por todo el mundo y exhibían durante la Edad Media y el Renacimiento, conocidas como “gabinetes de maravillas”. Sólo que aquí, en el Museo de Mineralogía, las maravillas minerales están al alcance de cualquiera, pues la entrada es gratuita.

Benjamín Segoviano.
Profesor de carrera, periodista de oficio y vagabundo irredento. Amante de la noche, la música, los libros, el futbol, la cerveza y el cine. Inclinado a escribir acerca de mi ciudad, mi país y su gente, con feliz disposición a la plática entre amigos y a los viajes por el territorio nacional, en un perenne intento de reflejar en escritos esas experiencias.