Benjamín Segoviano / Guanajuato, Gto.
Corría el año 2015. El presidente municipal de Guanajuato, Édgar Castro Cerrillo, anunciaba pomposamente la inauguración de la plaza Chiapas, a medio camino de la subida al panteón nuevo, en el populoso barrio del Encino. El sitio se concebía como un espacio propicio para la convivencia social, la recreación artística y cultural y el desarrollo urbano.
En el lugar, edificado a un costo de 3 millones de pesos, con recursos federales, se levantaron además instalaciones destinadas al DIF municipal, con la finalidad de brindar orientación psicológica, a bajo costo, a las personas que así lo requirieran, en una zona con graves problemas de seguridad, drogadicción, violencia y desintegración familiar.
Sin embargo, la falta de un plan de trabajo a largo plazo, la pandemia del Covid-19 y la negligencia de las autoridades ha ocasionado que, a pocos años de haberse construido, la plaza sea ahora un auténtico basurero, sumido en el abandono y sin visos de ser atendido por los programas de desarrollo urbano y/o social.
Aunque la naturaleza, generosa, ha permitido el crecimiento de los árboles, el resto de las áreas verdes está totalmente seco; los desechos abundan por todos lados y lo que eran consultorios psicológicos hoy son construcciones en ruinas y convertidas en depósitos de todo tipo de desperdicios. Paradójicamente, los botes para la basura están en buen estado, pero no se utilizan y tampoco son atendidos por el servicio de recolección. Los terapistas hace tiempo que se fueron, al parecer a causa de la delincuencia que asolaba al rumbo.
El espacio concebido como auditorio o escenario al aire libre está siempre vacío. La pista de patinaje luce grafitis y nunca se utiliza. Algunos de los juegos infantiles todavía funcionan, más varios otros no. Solo ocasionalmente son usados por unos pocos infantes, y además la cubierta de caucho ha sido casi totalmente desprendida.
Igual pasa con los aparatos para hacer ejercicio: unos funcionan y del resto solo queda el armazón que los sostenía. Muy de vez en vez, un grupo de niños se echa una “cascarita” en la cancha mixta, cuyos tableros de basquetbol ya no tienen aros. La pintura que delimitaba el espacio se ha borrado, aunque destaca el dibujo de un “aeroplano” que alguien con ensueños nostálgicos dibujó, tal vez para sus hijas.
Excepcionalmente, la mayoría de las bancas se conservan en condiciones aceptables. Únicamente las usan alumnos de secundaria que se detienen a charlar allí antes de llegar a casa y por alguna ocasional pareja, pues el sitio no inspira mucha confianza como para seguir allí una vez llegada la noche.
La impresión general es de incuria y refleja que no basta con hacer obras para presumir el trabajo público, si no van acompañadas de proyectos a largo plazo y de la correspondiente labor de mantenimiento. Lo que podría ser un verdadero espacio educativo y de convivencia no debería convertirse en un baldío sin gente y, más grave aún, carente de alma.
Benjamín Segoviano
Profesor de carrera, periodista de oficio y vagabundo irredento. Amante de la noche, la música, los libros, el futbol, la cerveza y el cine. Inclinado a escribir acerca de mi ciudad, mi país y su gente, con feliz disposición a la plática entre amigos y a los viajes por el territorio nacional, en un perenne intento de reflejar en escritos esas experiencias.