Benjamín Segoviano
El V Campeonato del Mundo de Futbol fue concedido a los suizos por ser uno de los pocos países europeos que, al ser neutrales, conservaba sus infraestructuras sin daños por la guerra. La copa había sido rebautizada “Jules Rimet”, en honor del gran impulsor del torneo, quien justamente ese año dejó la presidencia de la FIFA para ser sustituido por el belga Rudolf Saeldreyers. Pero tanto el francés como el sucesor fallecieron con diferencia de pocos meses, eligiéndose nuevo titular al inglés Stanley Rous.
Para esta edición no se inscribió, por razones desconocidas, Argentina, ni la Unión Soviética, que recién se había animado a participar internacionalmente en la Olimpiada de Helsinki, Finlandia. Tras los juegos de clasificación entre los 38 equipos inscritos, calificaron 12 europeos, incluyendo a Alemania Federal (el país se había dividido) en su primera aparición tras la guerra, y Turquía, que dejó en el camino a España, pues perdió 1-4 en Madrid, pero ganó 1-0 en casa y entonces no contaba el marcador global, así que se efectuó un sorteo que le favoreció.
Completaron el cupo solo dos sudamericanos, Uruguay y Brasil, así como el desconocido Corea del Norte y México. Nuestro país se eliminó con Haití y Estados Unidos. Los caribeños fueron aplastados 8-0 aquí y 4-0 en Puerto Príncipe, mientras que la selección del vecino del norte fue derrotada 4-0 y 3-1 en sendos juegos realizados en la Ciudad de los Deportes (hoy estadio Azulgrana). El técnico encargado del conjunto tricolor fue el español Antonio López Herranz.
Se nombró a dos cabezas de serie en cada uno de los cuatro grupos; pero, en una más de las desconcertantes decisiones que a veces toma la FIFA, se decidió que no se enfrentarían entre sí, como tampoco lo harían los cuadros que completaban los bloques. Así, México, colocado junto a Brasil, Francia y Yugoslavia, solo jugaría contra los dos primeros y no se vería las caras con los balcánicos. Asimismo, los galos tampoco enfrentarían a los brasileños. Como era de esperar, dicho sistema provocó numerosas y justificadas críticas.
México debutó ante Brasil, que usó por vez primera su mítica camiseta amarilla y verde, el 16 de junio, en el estadio Charmilles de Ginebra. Las alineaciones fueron, por los aztecas, Antonio Mota, quien sustituía al lesionado Carbajal; Narciso Chicho López, Jorge Romo y Juan Chapetes Gómez; Raúl Cárdenas y Rafael Ávalos; Alfredo Pistache Torres, José Chepe Naranjo; José Luis Lamadrid, Tomás Balcázar (abuelo del Chicharito Hernández) y Raúl Pina Arellano. Los amazónicos salieron con Castilho; Djalma Santos y Pinheiro; Nilton Santos, Brandaozinho y Bauer; Julinho, Didí, Baltasar; Pinha y Rodríguez.
El resultado, 5-0 a favor de los sudamericanos, entre los que ya asomaban algunos que serían grandes figuras, refleja fielmente lo que pasó en el campo. Los brasileños lucieron su futbol de toque como si fuera un mero entrenamiento, ante la mirada hipnotizada de los mexicanos, que solo corrían tras el balón sin acertar a detener la avalancha verdeamarelha.
Cuatro días después, México y Francia se enfrentaron por segunda vez en una Copa del Mundo, en el mismo estadio ginebrino. El encuentro dejó mal sabor de boca entre los aztecas, que ofrecieron una digna actuación y cayeron en parte por la mala fortuna y en parte por sus propios desaciertos. Carbajal volvió al marco y López Herranz solo hizo otro cambio en la defensa, con el ingreso de Saturnino Martínez por Gómez. Los europeos alinearon a Remetter; Gianessi, Kaelbel y Marche; Marcel y Mahrjoub; Raymond Kopa, Dereuddre, Strappe, Ben Tifour y Jean Vincent.
El debutante Saturnino logró anular a Kopa, que destacaría intensamente años después, pero el extremo izquierdo Vincent brilló con luz propia y abrió el marcador a los 19 minutos. Así terminó el primer tiempo. Apenas iniciado el segundo, un centro rasante de Kopa fue interceptado por Cárdenas con una barrida, con tan mala suerte que el balón se elevó por encima de la Tota, que ya salía a cortar, y se incrustó en el marco: 2-0.
La reacción mexicana fue furibunda. A los 54’, un despeje de la defensa gala fue interceptado por Lamadrid, quien soltó un disparo que horadó la portería rival. La escuadra azteca continuó el asedio hasta que, a cinco minutos del final, Cárdenas filtró un balón a Balcázar, para el 2-2. Siguió la presión, solo que un despeje francés fue recogido por Vincent, el cual avanzó hasta ser despojado por Chicho López, quien quedó en el suelo. Kopa contrarremató, estrelló el balón en el cuerpo del defensor… y el árbitro español Manuel Asensi marcó pénalti. De nada valieron las protestas. Kopa aprovechó el obsequio y logró el 3-2 final.
Fue todo para nuestro país en un grupo donde, además de Brasil, calificó Yugoslavia, que sacó un empate a los sudamericanos y venció a los franceses 1-0 con gol de Milosh Milutinovic, hermano de nuestro conocido Bora y considerado el mejor jugador que tuvo ese país ya disuelto.
Una batalla y un milagro en Berna
Del resto del torneo, debe destacarse la actuación de Hungría en su grupo. Campeón olímpico en Helsinki, era amplio favorito luego de 28 partidos consecutivos sin derrota, entre los cuales contaba dos sonoras victorias ante Inglaterra por 6-3 en Wembley y 7-1 en Budapest. Ya en el Mundial, los magiares golearon 9-0 a los inocentes coreanos y 8-3 a los alemanes. Sin embargo, el técnico teutón, Sepp Herberger, bien apodado Zorro, no alineó a su cuadro titular frente a los húngaros y también logró calificar tras imponerse 7-2 en el desempate contra Turquía.
Avanzaron también a cuartos de final los uruguayos y Austria en el Grupo 2, donde se contó un 7-0 de los aún campeones frente a Escocia y un 5-0 de los tiroleses ante Checoslovaquia. Igualmente calificaron, en el Grupo 4, Inglaterra y el local Suiza, quien tuvo que definir su pase en un partido de desempate frente a Italia, ganado por los helvéticos 4-1. También cabe destacar un empate a cuatro tantos que hubo entre ingleses y belgas.
El resto del torneo fue memorable. En cuartos de final, Alemania dejó fuera 2-0 a Yugoslavia, mientras que Uruguay demostró una vez más que la superioridad inglesa era un mito y venció sin apelaciones 4-2 a los británicos. Austria se calificó en una feria de goles a costa de Suiza por 7-5 y, finalmente, Hungría se impuso 4-2 a Brasil en un encuentro donde no solo hubo buen futbol, incluido un golazo para recordar de Julinho, sino boxeo, pues una bronca que comenzó en el campo siguió en los vestidores, y en la misma participaron no solo los jugadores, sino los directivos y hasta los periodistas de ambos países, en lo que se conoce como “la batalla de Berna”.
Ya en semifinales, Alemania hizo valer su superioridad ante su hermano menor, Austria, con un demoledor 6-1, mientras que Hungría, el mejor equipo del torneo enfrentaba al campeón defensor. El juego es considerado uno de los mejores en la historia de las copas del mundo. Fue ganado por los magiares 4-2 en tiempo extra, después de un alarde de técnica, garra y esfuerzo por parte de las dos escuadras, que fueron despedidas con más que merecidos aplausos.
La final, efectuada en el estadio Wankdorf de Berna, capital de Suiza, ante 56 mil espectadores, ha sido una de las más extrañas de todos los tiempos. Los húngaros, que venían de librar dos encuentros agotadores ante Brasil y Uruguay, con varios lesionados, se puso en rápida ventaja de 1-0 apenas a los cuatro minutos, con gol de Puskas; Czibor aumentó la cuenta a los 8’, pero a los 10’ los teutones descontaron por medio del interior derecho Morlock y lograron un sorpresivo empate a los 17 con gol de Helmuth Rahn. Así terminó el primer tiempo.
En el segundo, el amplio dominio húngaro no pudo reflejarse en el marcador; en cambio, a los 40’, Rahn tomó un balón a medio campo, burló a dos rivales y lanzó un torpedo rasante para el 3-2 que dejó boquiabierto al mundo. Faltando 30 segundos, el arquero Turek detuvo increíblemente un disparo de Czibor, y fue todo. Alemania fue campeón.
Tras lo que a partir de entonces fue llamado el “Milagro de Berna”, los magiares, grandes en la derrota, dieron la mano a sus vencedores. Su centro delantero, Sandor Kocsis, fue campeón goleador en un torneo lleno de anotaciones: 140 en solo 26 juegos, para un promedio de 5.38 por partido. Austria obtuvo el tercer puesto, con un 3-1 sobre los desanimados y cansados uruguayos.
Benjamín Segoviano
Profesor de carrera, periodista de oficio y vagabundo irredento. Amante de la noche, la música, los libros, el futbol, la cerveza y el cine. Inclinado a escribir acerca de mi ciudad, mi país y su gente, con feliz disposición a la plática entre amigos y a los viajes por el territorio nacional, en un perenne intento de reflejar en escritos esas experiencias.