Benjamín Segoviano
Cuando se decidió organizar cada cuatro años el campeonato del mundo de futbol, se acordó intercalar los torneos entre América y Europa, así que el primero se efectuó en Uruguay, el segundo en Italia y el tercero correspondía a Argentina; pero en 1938 asomaban ya los vientos de guerra y el presidente de la FIFA, Jules Rimet, cambió la sede a su país, Francia, pretextando dificultades para la organización derivadas de la tensión política.
Como es de suponer, en Argentina no fue bien recibida esa determinación, así que se abstuvo de participar e incluso promovió un boicot continental al que se sumó casi toda Sudamérica. México se enfrentaba entonces a serios problemas debido al proceso de profesionalización de su futbol (hasta entonces prevalecían varias ligas regionales), así lo que la situación le vino como anillo al dedo para igualmente declinar.
De esa forma, solo estuvieron en Francia dos países americanos: Brasil y Cuba, además de 12 europeos y las Indias Orientales Neerlandesas (hoy Indonesia) por Asia. Austria, que ya había calificado, finalmente no pudo competir tras haber sido anexionado por Alemania. Italia ganaría su segundo título imponiéndose en la final a la Hungría del gran György Sárosi por 4-2. Los brasileños comenzaron su brillante trayectoria imponiéndose a Suecia 4-2 en el juego del tercer lugar.
Casi enseguida, asomaron los cañones y el balón dejó de rodar durante largos y trágicos años.
Brasil y México inauguran Maracaná
Luego de que se frustró el torneo de 1942 por la Segunda Guerra Mundial, al volver la paz resultó imposible reanudar la competición en 1946, así que la Copa pudo disputarse hasta 1950, con sede en Brasil. A México le tocó eliminarse con Estados Unidos y Cuba. A la zona, sorprendentemente, se le otorgaron dos lugares, así que las posibilidades de calificar eran altas.
Los dos clasificados se definieron en el Torneo Norteamericano realizado en septiembre de 1949 en la Ciudad de México. El Tri aplastó 6-0 y 6-2 a los vecinos del norte (eran otros tiempos) y ganó a Cuba por 2-0 y 3-0, en tanto que Estados Unidos y los isleños empataron 1-1 en su primer duelo y los yanquis ganaron el segundo 5-2, para lograr también su boleto.
Para buscar sitio en el Campeonato del Mundo se inscribieron 32 equipos, pero luego de efectuados los juegos clasificatorios solo quedaron 13: seis europeos, cinco sudamericanos y los dos de Norteamérica. Argentina no participó debido a la política aislacionista de Juan Domingo Perón, pero en cambio los ingleses se animaron por fin a demostrar que eran “los mejores del mundo”.
Lamentablemente, a nuestra selección le tocó bailar con la más fea, pues fue inscrito en el grupo de Brasil, que se había preparado para ser campeón; Yugoslavia y Suiza. Así, México se dispuso a inaugurar oficialmente la cancha del Maracaná (había sido estrenada en un juego amistoso). El técnico Octavio Vial mandó a Antonio Carbajal de portero; Felipe Zetter, Rodrigo Ruiz, José Antonio Roca y Alfonso Montemayor en la defensa; Carlos Septién, Héctor Ortiz, Mario Ochoa y Lupe Velázquez en la media, dejando adelante a Horacio Casarín y Mario Pérez. Los de casa salieron con Barbosa; Augusto, Juvenal y Bigode; Ely y Danilo; Maneca, Jair, Ademir, Baltasar y Friaca.
La ultradefensiva formación mexicana resistió los embates rivales durante media hora, aplicándose en la marca individual, pero entonces los amazónicos comenzaron a intercambiar posiciones, desconcertaron al enemigo y Ademir abrió el marcador. Así finalizó el primer tiempo. Para el segundo, el juego brasileño de pases rasos hizo estragos y permitió lucirse a Carbajal. Jair hizo el segundo a los 20’; seis minutos después Baltasar puso el 3-0 y Ademir el cuarto a los 34’. El marcador pudo ser más abultado, pero la Tota se lució en varias ocasiones y comenzó a forjar su leyenda.
El segundo juego de los tricolores se realizó en Porto Alegre, ante Yugoslavia. El entrenador hizo varias modificaciones, por lo que alineó a la Tota; Manuel Bruja Gutiérrez, Ortiz y Gregorio Tepa Gómez; Samuel Chapela Cuburu y Roca; Septién, José Chepe Naranjo, Casarín, Pérez y Velázquez. Los balcánicos, que habían goleado 3-0 a Suiza en su primer duelo, salieron con Markutic; Stankovic y Horvath; Zlatko Cajkovski, Javanovic y Djajic; Mihailovic, Mitio, Tomasevic, Bobek y Vukas.
Los mexicanos lucieron por vez primera un juego preciosista y de filigrana, pero sin contundencia, lo que sería muy común en el futuro. Los yugoslavos, mucho más prácticos, con pases a profundidad hicieron dos goles en el primer lapso, por conducto de Bobek y Cajkovski; este último aumentó la cuenta a la media hora del segundo y dio un pase a Tomasevic para el cuarto. A tres minutos del final, el arquero Markutic salió a despejar un balón, pero su puño acabó en la barbilla de Velázquez y el árbitro marcó pénalti, que Ortiz ejecutó con eficacia para el gol de la honrilla.
El último duelo de los aztecas, contra Suiza, tuvo lugar igualmente en el estadio Eucaliptos de Porto Alegre. Antes del encuentro hubo una anécdota: como ambos equipos usaban casaca roja, se realizó un volado para ver cuál de los dos la cambiaría. Aunque México lo ganó, caballerosamente cedió el honor de conservar su indumentaria al rival, por lo que debió utilizar el uniforme a rayas blancas y azules de Porto Alegre. Aunque había esperanzas de al menos empatar el juego, pues los suizos no eran ninguna potencia, los mexicanos no pudieron descifrar el esquema defensivo helvético y volvieron a caer, esta vez 2-1, con anotaciones de Bader, Friedlander, y Casarín por los nuestros.
Fraude inglés y ‘Maracanazo’
Del torneo hay que señalar que, debido a las deserciones de última hora, el Grupo 4 lo integraron solo Uruguay y Bolivia. Los charrúas calificaron sin problemas tras derrotar por 8-1 a sus rivales. En el grupo 3, que integraban Suecia, Italia y Paraguay, calificaron los escandinavos.
En el Grupo 2, Inglaterra debutó en los mundiales con cierta autoridad, imponiéndose 2-0 a Chile, pero luego representó el mayor fiasco de su historia, al caer vencido por Estados Unidos 1-0 en Belo Horizonte, con gol del haitiano, nacionalizado estadounidense, Joe Gaetjens. El fracaso se volvió catástrofe cuando España también derrotó y eliminó a los británicos, igualmente por la mínima diferencia, en Río de Janeiro. La soberbia y el aislamiento habían costado caro al cuadro de la rosa.
Se había determinado que no habría semifinales, sino que los cuatro calificados se enfrentarían en una ronda final, todos contra todos, obteniendo el campeonato el equipo con más puntos. Los brasileños, amplios favoritos, liquidaron a Suecia y España por sendas golizas de 7-1 y 6-1, respectivamente. Uruguay logró vencer a los nórdicos 3-2 y empató apuradamente con los hispanos a dos tantos, mientras que los suecos vencieron a los iberos por 3-1.
Así, el último choque, entre charrúas y amazónicos, tuvo las características de una final, aunque los primeros necesitaban ganar para ser campeones, mientras que a los locales les bastaba empatar. El resultado, 1-2 a favor de Uruguay, fue una tremenda sorpresa que hizo llorar a todo Brasil y dio su segundo título mundial al pequeño país sudamericano, lo que dejó en silencio al gigantesco estadio, en el episodio conocido como ‘Maracanazo’.
Benjamín Segoviano
Profesor de carrera, periodista de oficio y vagabundo irredento. Amante de la noche, la música, los libros, el futbol, la cerveza y el cine. Inclinado a escribir acerca de mi ciudad, mi país y su gente, con feliz disposición a la plática entre amigos y a los viajes por el territorio nacional, en un perenne intento de reflejar en escritos esas experiencias.