Benjamín Segoviano
El VII Campeonato del Mundo de Futbol se otorgó a Chile en 1958, pero su organización se puso en duda luego de que el país andino fuera asolado por el terremoto de mayor magnitud registrado por instrumentos en la historia de la humanidad. Sin embargo, Carlos Dittborn, directivo del balompié chileno, se convirtió en su principal impulsor, de forma tal que su frase, “Porque nada tenemos, lo haremos todo”, se convirtió en el lema oficial.
Se inscribieron a las eliminatorias 49 países, distribuidos en 10 grupos europeos y cuatro americanos. México dejó fuera, primeramente, como ya era costumbre, a Estados Unidos, aunque esta vez los “primos” lograron un empate a tres goles en su casa, que de poco les sirvió, pues en la vuelta fueron vencidos 3-0 en la capital azteca.

Enseguida, el Tri debió enfrentarse en un triangular a visita recíproca con Costa Rica y Antillas Holandesas, vencedoras, a su vez, de las zonas centroamericana y del Caribe. En esta fase se sufrió un tropiezo en San José por 0-1. Luego, tanto ticos como mexicanos se cebaron con los antillanos imponiéndoles sendas palizas de 6-0 y 7-0, respectivamente.
El cuadro azteca cobró revancha goleando a Costa Rica 4-1, y prácticamente avanzó a la siguiente fase cuando los caribeños sorprendieron al derrotar 2-0 a los ticos; el empate que requería se logró en Curazao, sin anotaciones. Sin embargo, aún no calificaba, pues la FIFA, en extraña decisión, había determinado que debía pelear por el boleto contra Paraguay, sin duda en busca de contar en Chile con el mayor número posible de sudamericanos. El avieso plan se frustró, ya que los guaraníes fueron vencidos 1-0 en CU y en Asunción igualaron sin tantos, un mentís para quienes acusan a México de “finalista geográfico”.
Antes de comenzar el Mundial, México solicitó la sede para 1970, al igual que Argentina. La decisión se dejó para el Congreso de 1964 en Tokio. También se eliminaron los juegos de desempate; a partir de entonces, se tomarían en cuenta los goles anotados. Y se determinó que después de ese campeonato ya no se permitiría alinear a jugadores naturalizados, pues un equipo como España, por ejemplo, tenía en sus filas al uruguayo Santamaría, al checo Ladislao Kubala y al húngaro Puskas, sin contar al argentino Di Stéfano.

Justamente, México estuvo en el mismo grupo que los españoles, aunque el cabeza de serie fue Brasil. Checoslovaquia completaba el cuarteto. Todos los juegos del bloque se efectuaron en el estadio “El Sauzalito” de Viña del Mar. Y nuevamente, como en 1950 y 1954, el Tri se sacó el tigre en la rifa, al debutar ante los campeones. Los aztecas jugaron con Carbajal; Jesús del Muro, Guillermo Tigre Sepúlveda y José Jamaicón Villegas; Raúl Cárdenas y Pedro Nájera; Alfredo del Águila, Salvador Reyes, Héctor Hernández, Antonio Jasso e Isidoro Díaz. La canarinha salió con Gylmar; Djalma Santos, Mauro y Nilton Santos; Zito y Zózimo; Garrincha, Didí, Vavá, Pelé y Zagallo. Poco antes, Didí había mencionado que lo sentían mucho, pero necesitaban muchos goles, por si había empate. Vavá calculó que harían nueve tantos. Nada de eso ocurrió.
Si bien los amazónicos dominaron el encuentro, estuvieron lejos de ser el cuadro arrollador que se temía, e incluso vieron peligrar su meta en varias ocasiones, salvadas unas por la mala puntería azteca y otras por la intervención de Gylmar. El temible Mané Garrincha fue anulado. El primer tiempo terminó 0-0. Mas el genial Pelé sacó de la chistera dos jugadas maestras: en la primera, a los 11’ del segundo lapso, quebró a dos rivales, atrajo a otro par y pasó a Zagallo, quien anotó; en la segunda, a los 28’ del mismo periodo, entró al área como una exhalación y burló a Cárdenas, Nájera y Sepúlveda para hacer el 2-0. Fue todo.
El segundo duelo tricolor fue contra España. El único cambio fue Ignacio Jáuregui por el Jamaicón. Los hispanos alinearon a Carmelo, Rodríguez, Santamaría y Gracia; Vergés y Pachín; Del Sol, Peiró, Puskas, Luis Suárez y Gento. El partido fue de alternativas, pese a la costosa nómina ibérica, pero a escasos segundos de finalizar, Del Águila cobró un tiro de esquina que manoseó Del Sol. Mientras los mexicanos reclamaban pénalti, el extremo derecho despejó el balón hacia Gento, el cual dejó atrás a Cárdenas, Nájera, Del Muro y Sepúlveda (no por nada le decían “la Bala”), para centrar desde la misma línea de cal, donde encontró la frente de Peiró, para el 1-0 final. La derrota dolió hasta las lágrimas a la Tota.
El conjunto azteca cerró su participación ante Checoslovaquia. Otra vez solo hubo una modificación, con el ingreso de Fello Fernández por Jasso. Pese a que para entonces ya estaban calificados, los europeos salieron con su cuadro de lujo: Schroiff; Lalá, Popluhar y Novak; Pluskal y Masopust; Stibranyi, Scherer, Kvasniac, Adamec y Masek. Apenas iban 40 segundos, cuando el talentoso Masopust filtró un balón a Masek: 0-1. Se temió lo peor, pero ya asentado, México comenzó a imponer su juego de toque, hasta que a los 13’ tejió una maraña que dejó pasmados a sus rivales y empató con cabezazo del Chololo Díaz.

A la media hora, Del Águila recibió un pase de Fello, burló a toda la defensa e hizo el 2-1. Luego vinieron ataques de uno y otro lado, sin que el marcador se moviera, hasta que, en el último minuto, un disparo de Jáuregui fue detenido con la mano por Lalá. Héctor hizo bueno el penal y decretó el 3-1. El resultado fue una sorpresa para todo el mundo, y aunque intentó demeritarse, el hecho de que los dos finalistas de la competencia salieran de ese grupo lo revaloró. Indudablemente, el Tri había crecido… pero quedó un sentimiento agridulce por el choque frente a España, que pudo haber escrito otra historia.
En el mismo Grupo 3, España fue vencido 1-0 por los checos, mismos que además sacaron un empate sin tantos ante los cariocas, en un juego donde Pelé se lesionó, quedando inutilizado para el resto del torneo. Se le comenzó a extrañar en el partido contra los ibéricos, cuando Adelardo adelantó a los suyos. Pero Brasil es una forja inagotable de talentos: el sustituto de O’Rei, un jovencito de nombre Amarildo, debutó y cumplió con creces su difícil encomienda, al hacer un par de goles para dar vuelta al resultado.

El Mundial de Garrincha
En el sector 1, calificaron Yugoslavia, campeón olímpico en Roma, y la URSS, monarca de la primera Eurocopa, en 1960; quedaron fuera el bicampeón Uruguay, y Colombia, que luego de perder 2-1 con los charrúas logró un inusitado empate a cuatro con la Unión Soviética, tras ir abajo 1-4, aunque el esfuerzo le costó caro y luego cayó 0-5 frente a los yugoslavos.
El bloque 2 vio avanzar a Chile y Alemania a costa de Italia y Suiza. Lo único destacado fue el juego duro en casi todos los encuentros, y especialmente en el choque (nunca mejor dicho) entre andinos e italianos (2-0), que confundieron la cancha con un coliseo, en el violento cenit de un torneo donde hubo “leña” a granel. “El futbol fue ejecutado ante una masa apasionada de 75 mil espectadores…”, tituló el diario germano Bild Zeitung para resumir el juego, conocido como la “batalla de Santiago”.

Finalmente, en el Grupo 4, pasaron Hungría -conducida por un magistral Florian Albert- e Inglaterra, que superó a Argentina en cantidad de goles. Los pamperos tuvieron la calificación a su alcance en el encuentro contra los húngaros, a los que dominaron ampliamente, pero de 12 oportunidades claras de gol, no pudieron acertar ni una. Bulgaria, que sufrió una goleada de 6-1 ante los magiares, también quedó fuera.
En los cuartos de final, Yugoslavia eliminó a los alemanes en Santiago, con triunfo de 1-0; a su vez, los checos dejaron fuera a Hungría en Rancagua por 1-0; Brasil puso en su lugar a los ingleses con un contundente 3-1 en Viña del Mar, con un Garrincha en plan grande, y en Arica los chilenos se impusieron 2-1 a la URSS con sendos golazos de su estrella Leonel Sánchez y Eladio Rojas, que dejaron parado al impasible Yashin; descontó Tchislenko.

En semifinales, tocó en suerte a Chile enfrentar al mejor equipo: Brasil. Con un jugador expulsado por bando (Garrincha, que ya había anotado dos veces, y Honorino Landa), los campeones impusieron su categoría y ganaron 4-2. En el otro duelo, Checoslovaquia frenó a los yugoslavos derrotándolos 3-1. El árbitro detuvo las acciones luego del primer tanto para intentar frenar el juego violento de ambas escuadras, que afectó particularmente al balcánico Sekularac, el mejor hombre en la cancha (ya como técnico, vino a México a dirigir al América en la temporada 1990-91).

Al último duelo asistió el presidente chileno, Jorge Alessandri. Checoslovaquia llegaba a su segunda final, luego de la que perdió ante Italia en 1934. Esta vez arrancó con mejor suerte, abriendo el marcador por medio de su estrella Masopust, y se replegó. Pero ninguna muralla es efectiva ante la imaginación. Amarildo, el suplente de Pelé, recibió un balón que llevó hasta el fondo, simuló entonces un centro, el arquero salió a cortar, solo que el delantero brasileño, en lugar de bombear, disparó desde un ángulo inverosímil… y anotó.
Vino entonces otra jugada magistral del joven delantero. Se quitó a dos defensas y se dispuso a enviar la bola al área. Los contrarios atendieron a sus marcas, pero la pelota fue hacia atrás, de donde llegó Zito para cabecearla a las redes. El 3-1 fue un claro error del portero Schroiff: salió a cortar un centro de Djalma, pero ante la cercanía de Vavá, soltó el balón; el delantero solo tuvo que empujarlo para que entrara al marco.

Chile fue tercero tras vencer 1-0 a Yugoslavia. Seis jugadores se repartieron el título de goleo, con cuatro tantos: Garrincha y Vavá (Brasil), Leonel Sánchez (Chile), Ivanov (URSS), Albert (Hungría) y Jerkovic (Yugoslavia). El mejor jugador del torneo fue Mané Garrincha, que ante la ausencia de Pelé se convirtió en motivo de alegría para las tribunas y en el héroe del scratch, con su diabólico dribbling y sus decisivos goles.

Benjamín Segoviano
Profesor de carrera, periodista de oficio y vagabundo irredento. Amante de la noche, la música, los libros, el futbol, la cerveza y el cine. Inclinado a escribir acerca de mi ciudad, mi país y su gente, con feliz disposición a la plática entre amigos y a los viajes por el territorio nacional, en un perenne intento de reflejar en escritos esas experiencias.