Benjamín Segoviano / Guanajuato, Gto.
Desde el pasado lunes 4 de julio debió haberse efectuado en Guanajuato capital la tradicional “Apertura” de la presa de la Olla (u “Hoya”, como era originalmente), con la que tradicionalmente se celebra la llegada de las lluvias, pero no se llevó a cabo debido a la misma razón por la que en otras ocasiones se ha suspendido: la falta de agua y, por tanto, se pospuso hasta el 25 de julio.
Actualmente, para nadie es un secreto el calvario que padecen millones de habitantes de una ciudad tan grande como Monterrey para abastecerse del líquido, necesario para diversas necesidades, aunque ninguna tan vital como beber. Se sabe que una persona puede sobrevivir sin comer un poco más de mes y medio, pero sin tomar agua no duraríamos ni una semana.
Entonces, ¿por qué no la cuidamos?
Guanajuato es una ciudad que ya sabe lo que es padecer la falta de agua. Sin ir demasiado lejos, en 1983 sufrió una sequía tan severa que muchas personas aún recordamos: la utilización de decenas de pipas para abastecer a la población; enormes filas para llenar cubetas, botes, toneles; las largas horas de espera, noche y día, para contar con agua.
Se recurrió a pipas de Pemex, de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), de particulares; incluso a camionetas equipadas con toneles y abastecidas en un pozo de Puentecillas para atender las demandas de la gente. Un amigo, estudiante entonces, dice que donde vivía llegaron a bañarse con agua mineral; un compañero viajaba cada tercer día a su casa, en otra ciudad, para poder asearse.
La actividad comercial se redujo notablemente, el turismo no pudo visitar la ciudad. Afortunadamente, cuando ya se hablaba de una eventual evacuación, un plan de emergencia implementado por los gobiernos municipal y estatal, apoyados con recursos federales, permitió abrir en tiempo récord la batería de pozos de Puentecillas de la que todavía se abastece a un gran sector urbano.
Como resultado, las fechas de celebración del Festival Internacional Cervantino (FIC) fueron movidas de mediados de año al mes de octubre, para evitar la demanda excesiva por el flujo de paseantes. Sin embargo, en nuestros días el turismo es incesante durante los 12 meses, el consumo de agua no disminuye y, lamentablemente, tampoco el desperdicio.
Son continuas las fugas de agua, públicas y privadas; el dispendio es cosa de todos los días en muchos hogares y comercios, que lavan sus locales a chorro abierto y a la vista de todos.
Pero más grave aún me parece la carencia de conciencia ecológica: cortamos cada vez más y más árboles y los cambiamos por cemento. Invadimos los cerros, les quitamos su cubierta verde y a cambio dejamos eriales sin plantas, cuando es sabido que la capa vegetal es necesaria no sólo para conservar la humedad, sino para evitar deslaves y erosión. Esa actitud ya la estamos pagando con la actual sequía (las presas están a mitad de su capacidad y las lluvias no llegan a regularizarse), pero aún puede ser peor.
Tener líquido para bañarse o lavar trastes y ropa solo una vez a la semana; pagar el 30% o más de lo que ganemos en agua para beber; ver un incremento de las enfermedades de la piel por la resequedad, o de fallecimientos por golpes de calor, no es un escenario apocalíptico, sino un futuro cercano a menos que cambiemos nuestra postura.
Aún es tiempo. Es urgente cuidar el agua.
Benjamín Segoviano
Profesor de carrera, periodista de oficio y vagabundo irredento. Amante de la noche, la música, los libros, el futbol, la cerveza y el cine. Inclinado a escribir acerca de mi ciudad, mi país y su gente, con feliz disposición a la plática entre amigos y a los viajes por el territorio nacional, en un perenne intento de reflejar en escritos esas experiencias.