Benjamín Segoviano / Guanajuato, Gto.
Desde el lunes 1 de mayo, por la tarde, en Guanajuato capital, varias personas notaron un extraño olor en el ambiente, que fue atribuido a los escapes de los automóviles o a la fetidez que arrojan las alcantarillas, siempre saturadas con todo tipo de desperdicios, pestilencia quizás acentuada -se pensó- por el intenso calor que se deja sentir en esta temporada.
Sin embargo, apenas unas horas después, al amanecer del martes, los deportistas y caminantes madrugadores, que suelen recorrer los cerros alrededor de la mancha urbana, así como los trabajadores que salían temprano de sus hogares, reportaron a través de las omnipresentes redes sociales, fotos incluidas, una espesa y extensa humareda proveniente del tiradero o basurero municipal, hoy pomposamente llamado Sitio de Disposición Final, donde el fuego cubría una amplia zona.
Las alertas, fotos y quejas se multiplicaron en Facebook, WhatsApp, Twitter y otros sitios, según avanzaba el día. El denso humo cubrió pronto las laderas de las montañas y las cañadas de los arroyos. A las pocas horas, el penetrante olor se percibía con claridad en las calles, callejones y plazuelas.
Surgieron molestias en nariz, ojos y gargantas de los capitalinos. Los mensajes e interrogantes iban y venían a la velocidad del ciberespacio.
Las autoridades, lentas, como es costumbre, tardaron en reaccionar. Cierto que, primeramente, enviaron a los esforzados bomberos de las dos centrales, apoyados por pipas enviadas por el Sistema Municipal de Agua Potable y Alcantarillado (Simapag), a tratar de controlar el siniestro y evaluar los daños, pero la población debió esperar largo rato por alguna explicación o instrucciones sobre cómo actuar. El pesado mecanismo de la burocracia se movió con la agilidad de una tortuga con reumatismo.
Mientras tanto, la histórica ciudad, tradicionalmente tan orgullosa de su aire claro y su límpida atmósfera, se vio confrontada con la realidad de los tiempos: una nube tóxica cubrió la cañada y la puso a la par de cualquier urbe postindustrial.
Ya no eran Beijing, Londres, Sao Paulo o la Ciudad de México las que sufrían los estragos de la polución, ni siquiera alguna de las ciudades fabriles del corredor abajeño, sino la mismísima “tierra de mis amores” -cuyo cielo azul alabara Chucho Elizarrarás- la amenazada por un contaminante y dañino manto grisáceo.
Al fin, cerca de las 14:00, se emitieron los primeros comunicados. En uno de ellos, se solicitó el apoyo de la población con botellas de agua potable, atún, galletas y otros alimentos para los valerosos bomberos que combatían el fuego (a la medianoche aún estaban enfrascados en la dura labor), lo que fue bien recibido por la población; la gente, siempre generosa en estos casos, se mostró dispuesta a colaborar.
Paralelamente, la Secretaría del Medio Ambiente y Ordenamiento Territorial (SMAOT) dio a conocer un oficio con recomendaciones a la población: usar cubrebocas, evitar actividades al aire libre, cerrar puertas y ventanas, proteger a niños y ancianos, acudir al médico en caso de urgencia, etc.
Los habitantes se apresuraron a volver a sus hogares. La preocupación por la situación de familiares y amigos se generalizó. Si bien no hubo nada parecido al pánico, las circunstancias inéditas sí provocaron inquietud general. Los tapabocas sobrantes de la pandemia volvieron a aparecer.
Algunos diarios informaron de una decena de personas evacuadas y de un bombero lesionado. El penetrante hedor seguía allí, estancado. La ropa olía a algo similar al plástico quemado; los accesos de tos se multiplicaron.
El Consejo Municipal de Protección Civil se declaró en sesión permanente. Se informó que los cuerpos de bomberos de las cercanas ciudades de Silao, Dolores Hidalgo y San Felipe se habían unido a la lucha contra el incendio.
Niños y niñas de más de 100 escuelas de la capital saltaron de gusto al saber que las clases serían suspendidas, aunque el aviso correspondiente resultó más que confuso, pues no especificaba si solo por la tarde del martes, el día siguiente o por cuánto tiempo. (Aquí puede consultar la lista de escuelas que suspenden clases).
La Universidad de Guanajuato se sumó a las acciones preventivas y suspendió toda actividad en el Campus capitalino, hasta nuevo aviso.
Aproximadamente a las 6 de la tarde, la autoridad municipal emitió un nuevo comunicado en el que aseguraba que el incendio estaba prácticamente controlado.
La población respiró -ahora sí que literalmente- aliviada, pero el gozo pronto se fue al pozo. El optimismo resultó prematuro: apenas cayó la noche, el resplandor de las llamas procedentes del basurero mostró la tremenda extensión del siniestro. Resurgieron los reclamos de la ciudadanía y la exigencia de que se hablara con la verdad.
Al anochecer, nuevas medidas fueron dadas a conocer: suspensión generalizada de clases y actividades deportivas; cierre de bares y cantinas; prohibición de venta de alimentos en la vía pública.
Hubo un nuevo exhorto a cuidar a las personas vulnerables y la solicitud de estar atentos a cualquier nueva información sobre el tema.
Entretanto, el aire cambió de rumbo y extendió la ominosa nube, ahora al sur de la ciudad. A los diversos espacios de internet comenzaron a llegar noticias sobre malos olores y humo en El Campanario, Villaseca, Mineral de la Hacienda y otras pobladas colonias del rumbo, lo que evidenció que nadie debía considerarse a salvo.
Guanajuato, en tensa espera, se encerró en sí misma. Abuelas y madres dirigieron oraciones por el fin de la emergencia y la vida de bomberos y personal de Protección Civil.
El silencio de las calles contrastó con la intensa comunicación en redes. Pero no podía faltar el toque surrealista: apenas iniciado el miércoles 3 de mayo, el estallido de los cohetes por la Santa Cruz, el ritualizado día dedicado a los albañiles, sonó por varios rumbos, durante buen rato. Repentinamente, dejaron de escucharse. ¿Alguien les hizo callar o tomaron conciencia de lo absurdo que resultaba, en esos momentos, echar más leña al fuego? No lo sabemos.
Lo que sí es que, ya entrada la madrugada del miércoles 3 de mayo, el maloliente tufo de nuestra basura seguía estacionado allí, en el aire y en nuestra conciencia.
DATOS
– El tiradero municipal se estableció en 1987.
– Al día de hoy, el área donde se concentran los desechos ocupa 12.18 hectáreas.
– El incendio puede generar contaminantes dañinos para la salud como arsénico, antimonio, bario, berilio, cadmio, cloro, molibdeno, fenol y dioxinas, entre otros.
– Los daños a la salud por exposición permanente a esas sustancias pueden ir desde afectaciones pulmonares y cardiacas hasta males cancerígenos.
– Los guanajuatenses generamos 192 toneladas de residuos sólidos al día, equivalentes a 70 080 toneladas al año. (Estas cifras hay que tomarlas con reservas, porque no traen fuente).
Benjamín Segoviano
Profesor de carrera, periodista de oficio y vagabundo irredento. Amante de la noche, la música, los libros, el futbol, la cerveza y el cine. Inclinado a escribir acerca de mi ciudad, mi país y su gente, con feliz disposición a la plática entre amigos y a los viajes por el territorio nacional, en un perenne intento de reflejar en escritos esas experiencias.