Benjamín Segoviano
Cuando el 26 de mayo de 1928 se decidió realizar, para 1930, el primer Campeonato del Mundo de Futbol, en Uruguay, no fue fácil sumar suficientes invitados para darle al torneo esa categoría. Tanto España como Italia se retiraron, molestos porque no se les otorgó la sede, e Inglaterra, soberbia, se negó a rozarse con los que consideraba indignos de su nivel.
Sin embargo, el rey Carol de Rumania inscribió a su equipo, Yugoslavia y Bélgica siguieron su ejemplo, y Francia tuvo que hacer honor a su papel de promotor del torneo en la persona de Jules Rimet, con lo que se salvó la representación europea. Nueve selecciones americanas (siete de Sudamérica, más Estados Unidos y México) completaron la lista de 13 pioneros. ¡Quién iba a pensar entonces que, actualmente, casi 200 escuadras se inscriben cada cuatro años para pelear rabiosamente por un lugar!
México quedó integrado al Grupo I, junto a la poderosa Argentina, el fuerte equipo francés y Chile. El bloque 2 lo formaron Brasil, Yugoslavia y Bolivia; el Grupo 3, Uruguay, Rumania y Perú, y el 4, Estados Unidos, Paraguay y Bélgica.
Importa señalar que la Selección Mexicana abordó el vapor Orizaba en Veracruz el 3 de junio, pero el buque, en lugar de dirigirse al sur, tomó rumbo norte, pero no por error, sino porque debían viajar primero a Nueva York, donde transbordaron al barco Munargo, en el que también viajaría el equipo estadounidense.
Uruguay había construido el flamante estadio Centenario para engalanar el torneo con que además conmemoraba su independencia, pero para la fecha de inicio aún faltaban detalles (al menos eso dijeron, aunque sospechamos que deseaban estrenar el coloso con su propio equipo), así que el juego inaugural se trasladó a la cancha de Pocitos, sede del Peñarol.
Principia la historia
El 13 de julio de 1930, día frío y lluvioso, saltaron a la cancha los ilustres iniciadores de la historia mundialista: Francia y México. El Tri saltó a la cancha con Óscar Yori Bonfiglio; Rafael Récord Garza Gutiérrez y Felipe Diente Rosas en la defensa; Efraín Mapache Amezcua, Alfredo Viejo Sánchez y Manuel Chaquetas Rosas en la media; Hilario Moco López, José Ruiz, Nicho Mejía, Juan Trompo Carreño y Luis Pichojos Pérez en la delantera. Nótense los estrambóticos apodos.
Quedaron en la banca el portero Isidoro Sota, el defensa Francisco Garza Gutiérrez, el medio Raymundo Rodríguez y los delanteros Roberto Gayón, Felipe Marrana Olivares y Jesús Chiquilín Castro, meros espectadores, pues debemos recordar que en ese tiempo no se permitían cambios.
Aunque el entrenador español, Juan Luqué de Serrallonga, les recordó a sus pupilos la batalla de Puebla, les tocó el Himno Nacional, les hizo besar la bandera y evocó a la Virgen de Guadalupe, no bastó el patriótico entusiasmo. Los galos se impusieron 4-1 con goles de Lucien Laurent, Laugillier y Maschinot (2). El tanto azteca lo hizo Carreño, lanzándose valientemente entre los defensas Capelle y Mattler, para fusilar a mansalva a Chantrel.
El segundo duelo, ante Chile, se efectuó el 16 de julio en el Parque Central, perteneciente al Nacional de Montevideo. El único cambio azteca fue el de Isidoro Sota por Bonfiglio en la portería. El cuadro andino, veloz y punzante, asedió el marco mexicano todo el primer tiempo sin fortuna, pero en el segundo dos goles de Carlos Vidal y un autogol de Manuel Rosas definieron el 3-0 final.
El 19 de julio, México pisó por fin la cancha del Centenario para enfrentar a Argentina, uno de los favoritos. El resultado, 6-3 a favor de los pamperos, refleja lo que fue el juego: una lucha cerrada entre un equipo animoso, pero limitado, y otro de altas virtudes técnicas que en varios momentos se vio sorprendido por la enjundia de su rival.
Bonfiglio volvió a la portería de México, que hizo otros cambios: en la defensa Francisco Garza Gutiérrez hizo pareja con su hermano Rafael en lugar del Diente Rosas; Raymundo Rodríguez sustituyó al Mapache Amezcua en la media; Roberto Gayón entró por Nicho Mejía y la Marrana Olivares lo hizo por Pichojos, en el ataque.
Apenas a los siete minutos, Stábile abrió el marcador con la primera de las anotaciones que lo convertirían en goleador del torneo; Zumelzú hizo el 2-0 y a los 16’ repitió Stábile. Cuando se anunciaba un marcador catastrófico, los aztecas se lanzaron con tal furia contra el área argentina, que Paternoster se vio orillado a detener un balón con la mano. El pénalti fue ejecutado con eficacia por Manuel Rosas.
El público uruguayo apoyaba con todo a los nuestros, aunque los ches hicieron el 4-1 por conducto de Varallo y Zamelzú el quinto. Son obstante, los mexicanos no pidieron tregua y volvieron a lanzarse al ataque, por lo que el defesa Della Torre trató de mala manera a un delantero azteca. Nuevo pénalti y otra vez Manuel Rosas cobró para el 5-2.
Crecieron la emoción -y la violencia-, hasta que Manuel Rosas, inspirado, rebasó a la defensa rival a toda velocidad, pero en lugar de disparar cambió el balón al otro extremo, donde la Marrana Olivares centró de primera hacia Gayón, quien con un salto imponente cabeceó para el 5-3. Los espectadores aplaudieron el denodado esfuerzo mexica. Finalmente, un nuevo tanto de Guillermo Stábile puso las cifras definitivas en 6-3.
Pese a la derrota, la prensa dedicó elogios a los tricolores por el espectáculo ofrecido. México había caído por la gran calidad de su rival, pero con la cara al sol. Argentina llegaría a ser subcampeón del torneo, ganado por Uruguay, que se confirmó como el mejor equipo del mundo (se había impuesto ya en las Olimpiadas de París 1924 y Ámsterdam 1928). Sorprendentemente, Estados Unidos obtuvo el tercer puesto; Yugoslavia fue cuarto.
Benjamín Segoviano
Profesor de carrera, periodista de oficio y vagabundo irredento. Amante de la noche, la música, los libros, el futbol, la cerveza y el cine. Inclinado a escribir acerca de mi ciudad, mi país y su gente, con feliz disposición a la plática entre amigos y a los viajes por el territorio nacional, en un perenne intento de reflejar en escritos esas experiencias.