Benjamín Segoviano / Guanajuato, Gto.
Largos periodos de mi vida los he vivido en Tepetapa. Este barrio, que posee un nombre de extraña pero bella resonancia, es algo así como el bastardo de la ciudad patrimonio (Guanajuato). El descuido en que lo han tenido una tras otra administración municipal es perceptible en las paredes desgajadas, la pintura desconchada, los viejos balcones sostenidos apenas por cansadas ménsulas.
Su calle no mereció siquiera ser pavimentada con el aclamado pórfido rojo, como el resto del centro histórico, sino apenas con concreto hidráulico a imitación de adoquín, de tono grisáceo y deslucido. Y eso, apenas en un tramo.
Pero aun así, mantiene la solemne belleza de una gran dama venida a menos. Desde la esquina de Pardo hasta la subida del Panteón muestra casas solariegas, otras pintorescas, inmuebles de interés plausible, con detalles llamativos y curiosos.
También es sede de la ex estación del ferrocarril. Otrora relevante centro de reunión social, por el acontecimiento que significaba el arribo de “La Burrita” (nombre popular de la locomotora que jalaba los vagones), decayó una vez que este transporte de pasajeros desapareció en el país. Recuerdo que, cuando niño, cada día, entre tarde y noche, las mamás caían con su chiquillada a esperar el arribo del tren, y entretanto había tiempo de charlar o hacer nuevos amigos.
Parte de la antigua estación ha sido revitalizada, gracias a que el municipio mantiene allí algunas oficinas. Y aunque las casitas de madera de los ferrocarrileros se ven cada vez más ajadas, conservan cierto encanto. Sólo afea el sitio el abigarrado cúmulo de comercios levantados en base a chapas de lámina, que merece un esfuerzo gubernamental por mejorar su aspecto, sin que eso signifique desalojar a los vendedores.
Mención especial merece el famoso puente, el más grande y majestuoso de la ciudad… pero desde abajo, que es la imagen que vendemos como postal turística, pues por arriba se ve sucio, invadido de comercios y permanentemente ocupado por vehículos de todo tipo: transporte, carga, taxis, autos particulares, bicis, motos y hasta patrullas.
Y aunque no deja de ser bello y ofrecer vistas formidables en ambos lados, es increíble que el gobierno ni siquiera rehabilite las losas que sirven de bancas o mirador a lo largo de ambas aceras.
Encrucijada de caminos
Varios callejones desembocan en Tepetapa: Tamazuca, Navío, Mandato, Transversal del Carrizo, los cuales le imprimen el sello característico de la ciudad laberinto (por cierto, ya nuestro “amable” gobierno regaló definitivamente a algún influyente personaje el callejoncito llamado Transversal del Mandato, al permitir colocar sendas puertas en los dos accesos).
Banqueta Alta es cosa aparte. Llamado así justamente por la altura a que se elevan las aceras, en su corto trecho mantiene los barandales de hierro forjado que le dan identidad y cierta semejanza con San Jerónimo, pero que igualmente muestra un abandono impregnado de melancolía.
También sobreviven Las Terrazas. Parquecito hecho hace ya algunas décadas, a base de ingenio más que de dinero, adaptado a la conformación del terreno, tenía bancos hechos con troncos de madera, ya destruidos por el paso del tiempo. Quedan las escaleras y senderos, además de las dos ranas cubiertas de piedritas blancas, con ojos de fondo de botella, que parecen mirar tristes a sus más recientes y afortunadas parientas de la amplia plaza que se vislumbra abajo, junto a Los Pastitos.
Además, el barrio es asentamiento de dos de las más tradicionales cantinas que aún dan servicio. Transformadas todas las del centro en bares, antros y comercios, con El Incendio tomado en asalto por las hordas estudiantiles (ahora ya cerrado), Guanajuato Libre y Aquí me quedo acogen a los tránsfugas de la noche, a los bohemios irredentos, a los necesitados de licor para sentirse vivos o para llorar los infortunios de la vida.
Más allá de los sentimientos que despierten este tipo de lugares, para mí merecen una mención porque, nos guste o no, son parte del discurrir citadino. Y a ellos se ha unido, recientemente, el Bar Luna Tepetapa, casi al inicio de la subida al Panteón, para animar la noche.
De cualquier manera, Tepetapa vive: en su ritmo, en sus coloridas edificaciones, en los ríos de turistas que hacen de tripas corazón para subir andando hasta las Momias. De día suele ser luminoso, activo; de noche decae, como si reflejara el cansancio de la intensa jornada, mas no deja de atraer a los noctámbulos que acuden por un taco, una “cheve” o un rato de nostálgica soledad.
Tepetapa, tenaz, espera un mejor trato.
Aquí me quedo. Guanajuato Libre. Ex Estación. Ex Estación. Ex Estación. Esquina de Pardo y Tepetapa. Las Terrazas. Rana en las Terrazas. (Fotos: Benjamín Segoviano).